no corras
quedarse y el gesto del amor
Entre el bien y el mal hubo una guerra.
Decidimos que el cuerpo fuese el bien.
(…)
De dónde viene la voz
que dice: y si la guerra
fuese el mal, que dice
y si fue el cuerpo el que nos hizo esto,
nos hizo tener miedo del amor.
Louise Glück
Prendo una vela y huelo un sahumerio antes de encenderlo. La música me envuelve.
Mi escritura se torna ritual. Un modo predilecto de hacer el amor.
Íntimo privilegio secreto.
Magia. Decreto. Conjuro de una lengua casi muda.
Desnudo el verbo de un tirón.
Me redimo de todo mal. Suelto la carga.
Suspira mi plexo mientras estremecidos
mis huesos respiran el humo dulce que dibuja
hilos sutiles en el techo.
Mi escritura es un rito misterioso.
Intento alojar estas palabras que no buscan una forma
sino más bien un movimiento.
Me muevo entre los versos que no entiendo todavía.
Mi cuerpo se acostumbró a irse. No crecí con el deseo de quedarse a la mano. Mi primera impresión del entorno era la de una bomba a punto de estallar. Un tic-tac incesante, feroz y ensordecedor.
“Siempre sentí que estaba a punto de tener que salir corriendo..”- fue de mis primeros testimonios en sesión de terapia cuando tenía 15 años.
La intermitencia estuvo siempre a la orden del día. Me despertaba cada vez sin sentir la seguridad de saberme vista o invisible. ¿Cómo adivinar si sería un día donde recibiría amor o reclamo? Los días eran automáticos, fríos y apáticos. Y el reloj de fondo no paraba de sonar. Siempre dejaba mi mochila al costado de la puerta, por las dudas. Y en la madrugaba me despertaba a sacarle las pilas al reloj que taladraba mi cerebro.
Poco a poco, mi cuerpo se volvió una amenaza para mi propia persona. De tanto en tanto, huía a casas vecinas, a la terraza o a mundos imaginarios. Pero pronto comenzaría a ser insuficiente, por lo que caería en alternativas un tanto más nocivas para mi psique. Lo que había conocido como el amor, era un peligro para mí. Y la vida me lo mostraba por todos lados. Cuando elegí renunciar a la posibilidad de encontrar espacios seguros, comencé a tirarme de cabeza a relaciones que amplificaban la destrucción que pulsaba fuerte en mí.
Y crecí creyendo que el amor era intermitencia, abandono, descarga y descarte. No juzgo a los hombres que me hicieron de espejo. Me hicieron tanto a mí como yo a ellos. Nada en este mundo es unilateral. Todo se mueve en paralelos. En todo encuentro conviven dos fuerzas que, si no son vistas desde la consciencia y la compasión, pueden ser altamente destructivas. Lo que sucede con este tono en las relaciones es que llega un punto en que no basta con utilizar al otro como arma letal y ser su criptonita, sino que después de la inminente renuncia el letargo se prolonga. Pues, el castigo tiene mejor fama que la gratitud. O es de más fácil acceso.
Ahora comprendo el temor de mi cuerpo al sentir la paz
Lo conocido para mí en el orden del amor ha sido la violencia verbal y psicológica, la mentira y la traición. La falta de honestidad, la desmesura y el abandono.
Claro que esto no es todo lo que existe del amor. Sin embargo, puedo notar cómo mi cuerpo busca el flechazo instantáneo, la excitación desorbitante, la efervecencia animal y desmedida. De pronto, se siente extraño ir al compás del alma. Hasta me hace sentir “poco mujer”. Y es que, nos hemos cosificado en nuestra propia narrativa aunque poco se diga sobre esto. Es curioso cómo me negué a conocer la sombra de los hombres con los que elegí compartirme. Hasta que el infierno nos envolvía por completo, no estaba dispuesta a mirar.
¿Qué pasaría si fuese al revés? Si el punto de partida comenzara con la herida, la apertura vulnerable y honesta. Partir a corazón abierto. El mirar a los ojos enrojecidos de llorar y no sentir vergüenza de doler.
Reconozco que no soy solo este cuerpo que intenta limpiarse las memorias que guarda en sus recovecos. Existe algo más que se despliega fuerte y libre desde el centro de mi pecho hasta tu ombligo. No tiene sustancia pero sí historia. No sabe de miedos pero sí de fe, de estrellas y misterio.
En mi cuerpo se aloja una vida atemporal que sabe cuando ha sido tocada por una fuerza afin. Esta vida no sabe de significados pero sí de frecuencias.
He descubierto otra cara del amor. Jamás la experimenté y paradójicamente puedo identificarla. Es una que me desnuda sin tocarme un pelo. Y me revela lo más auténtico de mi ser: mi alma y su modo de estar en el mundo
M a r í a v e



Es que brindas un amor guerrero, uno que ama desde las entrañas, que no busca la perfección del otro lado, busca la misma intensidad y valor. No tanto para encajar en un lecho, mas bien para saltar sincronizados al abismo, cuando sea necesario.